NO
ME CHILLES QUE NO TE VEO
"Si al hablar no
has de agradar te será mejor callar".
¿Recordáis esta frase de Tambor en Bambi? Pues
tal parece que nadie la recuerda.
La gente anda tan soliviantada que responden a
cualquier cosa que uno diga o haga de manera ofensiva y alterada. ¿Qué les
pasa? ¿Por qué tanta hostilidad hacia personas que ni tan solo conocemos?
¿Dónde han quedado el respeto y la educación? Imagino que con tanto lenguaje
inclusivo y tanta ofensa gratuita han sido borrados del diccionario y, me
atrevería a afirmar, de nuestra memoria.
Lógicamente no podemos estar de acuerdo con
todas las opiniones de los demás, eso hace la vida más interesante y variada, pero
eso no es óbice para insultar o increpar a alguien por no pensar como nosotros.
Hemos llevado lo de la libertad de expresión a
unos extremos peligrosos. La línea que separa nuestra libertad de la de los demás es
tan fina y sutil que, a menudo, la traspasamos, mejor dicho, la borramos por
completo.
Cuando compartimos una publicación en las
redes sociales es porque nos apetece que nuestros amigos disfruten de algo que
nos ha gustado o de algo que pensamos que puede gustarles y es una manera de
estar juntos a pesar de la distancia, sobre todo en estos tiempos pandémicos
que nos están tocando vivir. Todos son libres de comentar y decir lo que
piensan, pero siempre desde el respeto. Últimamente he dejado de comentar
porque la gente es cada vez más agresiva y prepotente. Amparada por ese virus
colectivo de ofendiditis gratuita, conocido popularmente como gilipollismo
absoluto, aprovechan la mínima ocasión para insultar y decir toda clase de
memeces porque, además, dado el grado de estulticia de la mayoría, suelen
soltar unas perogrulladas de tomo y lomo.
Todo esto viene a
cuento, porque si algo no te agrada, no lo mires, no lo leas, déjalo correr. Si
algo te gusta, disfrútalo, compártelo. Pero si decides comentar hazlo con
coherencia, respetando y entendiendo que en el mundo hay muchas cosas y muchas
opiniones diferentes a las que a ti te parecen correctas, y que todo tiene
cabida.
No
hay una única verdad, no hay un único modo de hacer las cosas. Todas las
historias tienen, al menos, dos versiones diferentes, ambas válidas y ambas
ciertas, porque ambas han sido contadas desde diferentes puntos de vista.
Vemos la vida a través
de una pantalla de ordenador, conectados con el resto del mundo con solo un
click, y eso nos hace sentirnos poderosos y valientes, y no medimos el alcance
de nuestras palabras. Al no tener frente a nosotros a nuestros interlocutores
nos resulta sumamente fácil decir todo lo que se nos pasa por la cabeza,
tengamos razón o no, da lo mismo. Nos creemos dueños absolutos de la verdad y
el resto del mundo está equivocado.
La peligrosidad de la
era internáutica en la que nos movemos es más grande de lo que creemos, y el
alcance de nuestras palabras mucho más mortífero, en ocasiones, que una bala de
cañón.
Reflexionemos un poco
antes de hablar o de escribir, que es otra manera de comunicarnos. Recordad la
frase que su mamá le decía a Tambor, que es exactamente lo mismo que dice un
viejo proverbio oriental:
“Si lo que vas a decir
no es más hermoso que el silencio, no digas nada”
Edward Bulwer-Lytton
dijo que la pluma es más poderosa que la espada y no puedo más que darle la
razón.
Y os lo digo desde
aquí, desde mi pequeña y brillante ventana informática, donde las letras van
apareciendo a medida que las pienso y se deslizan rápidamente siguiendo los
movimientos de mis dedos en el teclado.
Así de fácil y así de
peligroso resulta decir lo que pensamos al resto del mundo. Desde la comodidad
de nuestro salón hasta el rincón más lejano de este perdido planeta en que
habitamos.