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lunes, 6 de septiembre de 2021

 


NO ME CHILLES QUE NO TE VEO

"Si al hablar no has de agradar te será mejor callar".

 ¿Recordáis esta frase de Tambor en Bambi? Pues tal parece que nadie la recuerda.

 La gente anda tan soliviantada que responden a cualquier cosa que uno diga o haga de manera ofensiva y alterada. ¿Qué les pasa? ¿Por qué tanta hostilidad hacia personas que ni tan solo conocemos? ¿Dónde han quedado el respeto y la educación? Imagino que con tanto lenguaje inclusivo y tanta ofensa gratuita han sido borrados del diccionario y, me atrevería a afirmar, de nuestra memoria.

 Lógicamente no podemos estar de acuerdo con todas las opiniones de los demás, eso hace la vida más interesante y variada, pero eso no es óbice para insultar o increpar a alguien por no pensar como nosotros.

 Hemos llevado lo de la libertad de expresión a unos extremos peligrosos. La línea que separa nuestra libertad de la de los demás es tan fina y sutil que, a menudo, la traspasamos, mejor dicho, la borramos por completo.

 Cuando compartimos una publicación en las redes sociales es porque nos apetece que nuestros amigos disfruten de algo que nos ha gustado o de algo que pensamos que puede gustarles y es una manera de estar juntos a pesar de la distancia, sobre todo en estos tiempos pandémicos que nos están tocando vivir. Todos son libres de comentar y decir lo que piensan, pero siempre desde el respeto. Últimamente he dejado de comentar porque la gente es cada vez más agresiva y prepotente. Amparada por ese virus colectivo de ofendiditis gratuita, conocido popularmente como gilipollismo absoluto, aprovechan la mínima ocasión para insultar y decir toda clase de memeces porque, además, dado el grado de estulticia de la mayoría, suelen soltar unas perogrulladas de tomo y lomo.

Todo esto viene a cuento, porque si algo no te agrada, no lo mires, no lo leas, déjalo correr. Si algo te gusta, disfrútalo, compártelo. Pero si decides comentar hazlo con coherencia, respetando y entendiendo que en el mundo hay muchas cosas y muchas opiniones diferentes a las que a ti te parecen correctas, y que todo tiene cabida.

No hay una única verdad, no hay un único modo de hacer las cosas. Todas las historias tienen, al menos, dos versiones diferentes, ambas válidas y ambas ciertas, porque ambas han sido contadas desde diferentes puntos de vista.

Vemos la vida a través de una pantalla de ordenador, conectados con el resto del mundo con solo un click, y eso nos hace sentirnos poderosos y valientes, y no medimos el alcance de nuestras palabras. Al no tener frente a nosotros a nuestros interlocutores nos resulta sumamente fácil decir todo lo que se nos pasa por la cabeza, tengamos razón o no, da lo mismo. Nos creemos dueños absolutos de la verdad y el resto del mundo está equivocado.

La peligrosidad de la era internáutica en la que nos movemos es más grande de lo que creemos, y el alcance de nuestras palabras mucho más mortífero, en ocasiones, que una bala de cañón.

Reflexionemos un poco antes de hablar o de escribir, que es otra manera de comunicarnos. Recordad la frase que su mamá le decía a Tambor, que es exactamente lo mismo que dice un viejo proverbio oriental:

“Si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio, no digas nada”

Edward Bulwer-Lytton dijo que la pluma es más poderosa que la espada y no puedo más que darle la razón.

Y os lo digo desde aquí, desde mi pequeña y brillante ventana informática, donde las letras van apareciendo a medida que las pienso y se deslizan rápidamente siguiendo los movimientos de mis dedos en el teclado.

Así de fácil y así de peligroso resulta decir lo que pensamos al resto del mundo. Desde la comodidad de nuestro salón hasta el rincón más lejano de este perdido planeta en que habitamos.

domingo, 28 de marzo de 2021

Semana Santa 2021

 Por segundo año consecutivo no hay semana santa, bueno, puntualicemos, haberla, haila, lo que no hay son procesiones, a excepción de la que va por dentro, que esa no falla nunca.

Desde hace ya más de un año, desde que empezó esta pesadilla, nos venimos diciendo las  mismas cosas para animarnos: "Ya queda menos" "El próximo año será mejor" "Pronto nos podremos reunir y abrazarnos de nuevo" y todas esas cosas que decimos a los demás, y a nosotros mismos, para no caer en la depresión más absoluta.

Pero la triste realidad es que las cosas, después de todo este tiempo, no han cambiado demasiado. Seguimos a medio gas, la economía por los suelos, las familias separadas, los abuelos solos, los sanitarios desbordados y el sector más borrego de la ciudadanía haciendo caso omiso de las recomendaciones y pasándose por el forro todas las normas, para indignación y rabia de los que sí cumplimos las pautas para acabar cuanto antes con este semi cautiverio que nos lleva robando demasiadas cosas ya.

Pero como decía, este año, otra vez, no hay procesiones. Para la gran mayoría de la población esto no les afecta en absoluto,  mientras tengan sus días festivos y sus vacaciones, aunque tengan que quedarse en casa, ya les va bien. Al sector turístico y hotelero le importa un poco más puesto que siempre son un reclamo para atraer visitantes, pero dado que la mayoría de hoteles están cerrados pues eso, que tampoco les cambia nada.

Pero para las cofradías sí que tiene importancia. Para ellas hoy: Domingo de Ramos, comienza su semana grande, la única del año para la que se preparan durante todas las demás. 

Cuando llega este día  ya llevan meses ensayando, con las bandas, con los costaleros, revisando, reparando, controlando que todo esté en orden, que no falte detalle. Las vestas, las capas, los capirotes, los cirios, las cruces.

Sacando los pasos de sus lugares de reposo para montarlos. Limpiando las imágenes. Vistiendo a las vírgenes con sus hermosos mantos bordados. Colocándolas bajo sus palios, rodeadas de flores y cirios que alumbraran su desfilada por las calles de la ciudad.

Para eso trabajan todo el año, para esta semana donde salen a  la calle en todo su esplendor para que los fieles, y los laicos, disfruten con emoción de su belleza.

En esta tierra mía, hacemos las cosas a nuestra manera. Con esto quiero decir que nuestra forma de procesionar no se parece a la de otros lugares.

Aquí no salen las cofradías un único día, aquí salimos todas todos los días. Tampoco guardamos un orden litúrgico en el orden de las cofradías, así es posible que veamos un cristo crucificado y la cofradía que va detrás lleve el paso de la última cena,, luego el paso de la Verónica y a continuación la entrada de Jesús en Jerusalén. Somos así, nos gusta hacer las cosas a nuestra manera.

A lo largo de los años se ha ido incorporando nuevas cofradías, algunas hermanadas con otras del sur de España. En esos lares es costumbre llevar los pasos a costal, esto es llevados a hombros por un grupo de personas que van debajo del paso y que, con gran esfuerzo y trabajo, levantan, bailan, caminan y bajan el paso, para deleite y disfrute del público.

Eso tan normal en otros sitios, aquí no es lo habitual. Hasta hace no muchos años sólo contábamos con una imagen de esas características. El resto solía ir sobre unas ruedas y eran empujadas.

Poco a poco se han ido incorporando pasos nuevos, y cada vez son más los pasos a costal.

Esto enriquece visualmente la procesión, pero la ralentiza tremendamente. En ciudades donde cada cofradía procesiona un sólo día no tiene importancia, porque es sólo una la que desfila, tiene su horario de salida y de entrada, con su itinerario. No molesta a nadie y se luce en toda su gloria.

Pero aquí, que somos 33 o 34, ya he perdido la cuenta, la cosa se complica. Todas quieren lucirse, que su paso sea el más espectacular, que sus "levantás" sean las más aplaudidas y vitoreadas. Que sus vírgenes bailen y se mezan al compas de la banda provocando el fervor del pueblo. Cosa lógica y entendible, es su momento, para eso han trabajado un año entero.

Pero para el resto de cofradías es un auténtico suplicio, las paradas, las esperas, se hacen eternas. Todo embellece el recorrido y le da ese aire de espectáculo, exótico y extraño para los foráneos  y fervoroso y extasiado para los creyentes. Pero para las piernas y la espaldas cansadas de los que van detrás no tiene nada de bello.

Y luego está esa costumbre tan sureña de aplaudir, vitorear y piropear a las Vírgenes, cosa que aquí soportamos con más o menos tolerancia, pero que, no me equivoco al decirlo, no nos agrada demasiado.

Bajo el punto de vista litúrgico, estamos acompañando a una madre en el martirio y muerte de su hijo. Gritarle "guapa" y aplaudirla no le veo mucho sentido, para mí, el silencio y el recogimiento me parece mas respetuoso.

Y obviamente lo de las "saetas", para mí, raya el mal gusto totalmente. ¿Te vas a poner a cantarle a una madre que está sufriendo? Supongo que es cuestión de costumbres. Aquí no existe esa forma de expresión. Entiendo y respeto que en otros lugares sea así, pero doy gracias que aquí no. Ni me gustan ni las entiendo. Alguna vez alguien ha intentado  cantar una. Afortunadamente no ha acabado de cuajar la idea.

No quiero con esto molestar ni ofender a nadie, lo respeto, pero a mi no me gusta. Supongo que de haber nacido en el sur me encantaría, como digo, es cuestión de costumbre.

En fin lo que quiero decir, es que este año no va a haber nada de todo eso. Nos conformaremos con el recuerdo de las procesiones pasadas, y pondremos nuestra esperanza en las futuras.

A mis queridos compañeros cofrades decirles que os echaré de menos. Esos recuentos en bucle que no acaban nunca, para saber cuantos vamos en cada lado, y que nunca cuadran porque siempre hay quien entra y sale de la fila. Las indicaciones de las varas para que mantengamos las distancias y no perdamos de vista a nuestra pareja de la otra fila. Los monaguillos yendo  de un lado a otro encendiendo los cirios cada vez que el viento los apaga. Jugando con la cera que gotea , para pasar el rato, cuando las paradas son muy largas. Las risas antes de salir, mientras esperamos, las caras de cansancio al acabar y ese "hasta mañana" con el que nos despedimos, y nos vamos, con el capirote en la mano y la capa  revoloteando en la noche mientras nos perdemos por las callejuelas oscuras pensando en llegar a casa y descansar, pero con la certeza de que al día siguiente, si no llueve, volveremos a salir.

Os deseo a todos un feliz domingo de ramos y una buena semana santa. 

Palma de Mallorca 28 de marzo de 2021, Domingo de Ramos


lunes, 22 de abril de 2019


RESACA POST SEMANA SANTA

Bueno, pues ya se acabó. La semana santa 2019 ya es historia.
Hay afortunados que aún siguen de vacaciones, como los maestros y los alumnos, el resto debe volver a sus ocupaciones habituales.
Para los que pertenecemos a alguna cofradía es una semana intensa, de días largos y cansancio intenso.
Pero lo hacemos porque nos gusta, bueno, cada uno lo hace por razones distintas, pero por voluntad propia.
Son muchas las horas que pasamos en las calles, esperando o procesionando, y son muchas las cosas que pasan por nuestras cabezas y ante nuestros ojos.
Y es ahora, al acabar, cuando uno hace balance de todo lo pasado y vivido.
Imágenes, pensamientos, frases, vivencias, olores, sonidos…
Es difícil elegir una imagen con la que quedarme. Unas te impactan por curiosas, otras por increíbles, algunas por emotivas y otras por sorprendentes.
Creo que me quedaré con una de estas últimas: La de una niña vestida de princesa, con diadema y cetro incluido, viendo pasar la procesión del viernes santo. Me pareció un atuendo de lo más indicado para la ocasión, casi tanto como el combo pijama-bata-zapatillas de los vecinos del barrio.
Uno piensa muchas cosas mientras procesiona. Tantas paradas dan para mucho. Pero en general, lo que suelo pensar siempre, es que no me gusta demasiado el mundo que me rodea.
La gente va demasiado a su bola, no saben comportarse y por ende no saben educar a sus hijos a comportarse como es debido. Eso tan pasado de moda que se llama educación hace más falta que nunca.
De manera que van a ver una procesión con el mismo jolgorio con el que ven el desfile de carnaval, o con un atuendo más propio de ir de farra con los amigos.
¡Ah! Pero eso es el progreso. Claro.
Los olores son algo con lo que identificamos fácilmente a personas, lugares, momentos. La semana santa tiene los suyos propios.
Incienso, cera, flores…
De ellos me quedo con el olor de la cera. Ese olor que exhala el pábilo cuando se apaga de repente, dejando ir un hilillo de humo negro ascendente.

Los sonidos son tantos y variados, que a veces se mezclan unos con otros, se amalgaman y crean otros nuevos.
Como la música de las bandas que, a menudo, se superponen unas con otras, dando lugar a extrañas composiciones en las que es imposible discernir, donde empieza una y donde acaba la otra.
Las cornetas y trompetas desgarrando el silencio. Las baquetas haciendo redoblar los tambores. La onda expansiva de los bombos que te retumban en el pecho.
Durante días los seguimos escuchando en nuestras cabezas. Como el ruido inconfundible que hacen las ruedas de los coches al pasar por encima de las gotas de cera caídas en la carretera.
Los momentos son muchos, de risas, de cansancio, de compañerismo. Durante unos días compartimos las mismas sensaciones por unas horas, como una especie de campamento espiritual.
Ahora queda recuperarse y volver a la vida normal.
Nos queda el domingo del ángel, en el que, según manda la tradición, comeremos las ultimas empanadas y robiols de Pascua, y luego, enfilaremos con ganas el último trimestre del curso, el que nos llevará directos al verano y a las vacaciones.
De momento el tiempo no parece para nada primaveral, pero todo llegará. Nada es para siempre.
Buen regreso a la normalidad.
Palma 22 de abril de 2019  


sábado, 20 de abril de 2019


VIERNES SANTO 2019

Y llegó el día de la última procesión: La del Santo Entierro.
Esta vez las cofradías salimos desde la parroquia de San Francisco.,
Para mantener la uniformidad de toda la semana, nuestro “amigo” el viento siguió soplando con furia endiablada. No parecía dispuesto a ceder terreno, y no lo hizo.
Los pasos se fueron colocando en su lugar en la plaza, frente al portal principal de la esplendida iglesia. Mientras, los cofrades nos reuníamos en la plaza del cuadrado, justo detrás de la misma.
El ambiente era prácticamente el mismo que el del día anterior.
Bandas acompañando los pasos, costaleros, músicos, faroleros, portaestandartes, cofrades y público en general que se iba acomodando a los lados del portal para no perderse nada.
En el interior de la iglesia, una vez acabado el oficio, e incluso durante, la gente entraba y salía, para admirar desde cerca el paso de Nuestra Sra. De la Esperanza y la Paz, que, en su capilla habitual pero ahora colocada en su paso bajo palio, esperaba el momento de salir a procesionar.
Para entretener la espera yo también me acerqué a contemplar la belleza de la imagen y aproveché la ocasión para charlar con una de sus cofrades que, resultó estar emparentada directamente con los fundadores y responsables del paso. Me contó cosas muy interesantes y hubiera charlado con ella durante horas, pero debía ir a reunirme con mis compañeros y antes de salir debía hacer la obligada visita el servicio.
Unos baños portátiles habían sido convenientemente colocados junto a la pared trasera de la iglesia. Eran un tanto estrechos e incomodos dado la ropa que llevábamos, la capa no es una buena compañera para ir al baño, pero siempre es mejor eso que andar buscando un bar donde te dejen ir sin consumir.
Un elemento peculiar y llamativo hace aparición en las dos últimas procesiones de la semana santa: Las Manolas o mujeres de mantilla.
Debo admitir que no me gustan especialmente. No sabría decir por qué. Puede que me parezca un remanente machista de los tiempos de la dictadura donde las mujeres sólo podían participar de esa manera de las procesiones. No lo sé.
Aunque reconozco que si saben lucirla como toca y siguiendo las normas que se deben, hay señoras que realzan la procesión con su presencia.
Peeero… no es el caso. Nada de lo que vi mereció mi aprobación. ¡Virgen de la Moreneta! ¡Que desastres!
Los vestidos más o menos no estaban mal, alguno más corto de lo debido, pero en general, sobrios y ajustados a la norma.
Los zapatos eran harina de otro costal. Algunos se ajustaban a lo obligado, tacón medio y cómodo para desfilar durante horas. Otros demasiado altos e incluso “provocadores” para la ocasión. Y luego estaban los que estaban totalmente fuera de lugar y de la norma. Desde botas planas de cordones de piel girada hasta el tobillo, más propias de una excursión por el campo, hasta las inefables alpargatas de suela de goma, comodísimas para estar en casa.
Pero donde el festival de horror alcanzaba su cenit era en las mantillas. ¡Dios del cielo! No tenían desperdicio.
Llevar una mantilla española como se debe no es fácil, pero digo yo, que siempre hay a quien preguntar o una cosa muy útil y fantástica llamada Google que te resuelve todas las dudas que tengas sobre cualquier tema.
Desde mantillas que colgaban sin ton ni son, hasta peinetas colocadas en posiciones increíbles.
Una concretamente me llamó la atención, porque, verdaderamente, era un desastre. Hasta yo, que no conozco todas las normas, sé que la peineta debe ir perfectamente RECTA. Pues bien, la manola en cuestión la llevaba inclinada hacia delante. Eso unido a que no llevaba los lados de la mantilla sujetos detrás sino caídos a los lados de la cara, le daba un aspecto de capota que, hombre, en caso de lluvia, la hubiera protegido como un paraguas, pero que le daba una imagen horrible y ridícula, como si dijéramos: “No tengo ni pajolera idea de como se debe llevar una mantilla pero yo me la pongo como me sale de la flor y salgó en procesión, ¿Qué no?”
En fin, dejando estas cosas al margen, la procesión fue muy en la tónica del día anterior, paradas largas y frecuentes y ráfagas descontroladas de viento que, además de apagarnos los cirios con frecuencia, dificultaban nuestro paso. En más de una ocasión tuvimos que sujetarnos los capirotes para no salir volando en plan Mary Poppins.
Llegamos a la iglesia de Santa Rita cerca de las diez. Allí, la gente se iba reuniendo en el interior para asistir después al santo entierro.
Eran cerca de las doce de la noche cuando la cofradía de la Cruz de Calatrava, que son los que llevan el cuerpo de Cristo para ser enterrado, salieron desde San Francisco para iniciar el recorrido.
Una vez más, el entierro se llevó a cabo en sábado, aquí somos así, hacemos las cosas cuando nos va bien.
Un año más se han cumplido todos los ritos, todas las pautas. Otra semana santa que acaba. El próximo año volveremos a salir, si nuestras circunstancias y las meteorológicas lo permiten.
Ahora a descansar y disfrutar del sábado de gloria y del domingo de resurrección con nuestras familias.
Palma19 de abril de 2019, Viernes Santo





viernes, 19 de abril de 2019


JUEVES SANTO 2019

Y llegó el día de LA PROCESIÓN, así, con mayúsculas.
El jueves santo lo sacamos todo a la calle. Como se suele decir, tiramos la casa por la ventana.
Las 33 cofradías salimos en procesión, con todo cuanto tenemos.
Todos los pasos, las bandas, los estandartes, los ciriales, las cruces de guía, las farolas…
Lo sacamos todo. Es el día de lucimiento por excelencia. El día grande, donde hay que dar el máximo. Donde todos los cofrades acuden a la llamada de la cofradía.
Siguiendo la tónica general de este año, el viento, en algunos momentos casi huracanado, sopló durante todo el día, sin apenas dar tregua ni respiro.
La actividad frenética en el patio del hospital desde primeras horas de la tarde, iba en aumento a medida que se acercaba la hora de salida.
El goteo de pasos subiendo la cuesta de la sangre era constante, sin prisas y con pequeñas pausas. Las bandas y los cofrades se dirigían hacia el patio de la misericordia por la parte trasera, como es habitual.
Allí, una amalgama de colores, de capirotes, de capas, de cruces, de farolas, de instrumentos, de gentes, llenaba el espacio.
Cada uno buscando su sitio, para esperar, junto a los compañeros, el momento de formar.
Las inefables colas para ir al baño hicieron acto de presencia, muchas personas y pocos inodoros, la ecuación no falla. El resultado: Pi al cuadrado.
A pesar de las horas de procesión que muchos ya llevaban encima, la ilusión por salir seguía presente. Para otros era la primera, se notaba en su aire descansado y en la pulcritud del traje, sin una sola gota de cera lacerando las capas.
Por los altavoces comenzó a oírse la habitual voz que va narrando y anunciando las cofradías que deben prepararse para desfilar.
A las siete en punto dio inicio la procesión más larga y esperada por todos.
Poco a poco nos fuimos acercando a la iglesia.
Las pausas eran largas y frecuentes, muchos eran los pasos que ayer desfilaban y, cada vez son más, los que van a hombros y a costal, por lo que es lógico que el ritmo sea muy lento.
Dentro de la iglesia reinaba el silencio. El Cristo de la sangre permanecía tumbado frente al altar, lugar donde había sido colocado por la mañana para ser adorado por los feligreses, custodiado por los “sobreposats”.
Los cofrades lo rodeábamos a derecha e izquierda, unos lo miraban, otros le acariciaban las manos o los pies, otros se santiguaban, cada uno le rendía culto a su manera.
Dado que aun era temprano la iglesia estaba medio vacía, pero a medida que fueran pasando las horas acabaría repleta de gente deseando ver y acompañar al cristo en su salida procesional.
Hacia la mitad del templo, en la capilla de la derecha, lugar donde suele estar siempre la imagen del Cristo, podía verse la casa santa, que en la mañana del viernes santo será visitada por los parroquianos.
Centros de flores blancas adornando la escalera y en lo alto la urna.
A nuestra derecha, la Virgen dolorosa nos deseaba en silencio una buena procesión y nos agradecía que la acompañásemos en tan duros momentos.
Pasaban un poco de las ocho de la tarde cuando salimos por el portal principal.
El viento azuzaba las capas y había que hacer verdaderos juegos malabares para conseguir encender los cirios, y más filigranas aun para que permanecieran encendidos.
Los tambores empezaron a redoblar cuando iniciamos el descenso de la cuesta del hospital.
El público abarrotaba los aledaños, y una presencia policial, más numerosa que en otras ocasiones, intentaba controlar que no obstaculizaran el buen devenir de la procesión y también, aunque sin mucho éxito, que no atravesaran de un lado a otro por en medio de nosotros.
Las cámaras de la televisión, cada vez con métodos más modernos, retrasmitían el desfile procesional, nosotros, para salir muy guapos en pantalla, lucíamos nuestra mejor sonrisa, pero, dada la solemnidad el acto, refrenábamos las ganas inherentes de saludar a cámara (léase en tono de broma)
El ascenso de la calle Olmos, como es habitual, es muy lento, las paradas son incontables, y el proceso suele durar una hora o más.
Cada vez que sobrevenía una parada, el numeroso público perdía la concentración, escasa ya de por sí, y se dedicaban a otros menesteres más provechosos, tales como alimentar el cuerpo, porque el alma es más sutil y sus apetitos son otros y de distinta satisfacción.
Por lo que era más que frecuente contemplar como se zampaban unos bocadillos fantásticos, de chorizo, jamón, queso… O unas suculentas hamburguesas, o unas apetitosas empanadas. Sin contar los aromas que salían desde algunos bares que nos hacían salivar de hambre. Nos conformábamos con meternos algún confite en la boca para paliar el deseo y darnos ánimos, cada paso nos acercaba al final.
Mirando hacia arriba, podían verse algunos balcones adornados con las típicas telas de Damasco que se ponen en estas fechas en señal de respeto y duelo, como pendones de un viejo castillo que el viento hacia volar, saludándonos al pasar.
En las múltiples paradas ocupabas el tiempo pensando en tus cosas o escuchando las conversaciones de la gente que estaba a tu lado sentada. Charlas domésticas, nimiedades. Muchos llevaban un programa o las páginas del periódico con la lista de las cofradías, para ir controlando cuantas quedaban para ver a la suya o para ver al Cristo.
Al llegar a la plaza mayor tuvimos un pulso de fuerza con las ráfagas de viento que se empeñaban en hacernos ir de lado o nos empujaban hacia atrás.
Nuestro ritmo era irregular, la consigna suele ser: no dejar a los de atrás.
Y eso era lo que intentábamos, por lo que tan pronto nos ordenaban avanzar, como ir muy lento, como parar.
Desde allí hasta llegar a la catedral esa fue la tónica dominante.
Al llegar frente al portal nuestra Virgen se adelantó para salir hacia el mirador y pararse allí para luego regresar a su casa.
Los cofrades nos replegamos para entrar.
Una ráfaga huracanada casi nos arrancó los capirotes y se hizo difícil mantener el equilibrio.
Finalmente entramos en la catedral, nuestra dama de Mallorca.
En cualquier momento nuestra seo impresiona, pero, vista desde dentro del capirote, el sentimiento que te embarga es muy fuerte.
Desfilar por el pasillo hacia el altar, en silencio, los ojos y el alma se te llenan de emoción, de sentimiento.
La luz que proyectaban las vidrieras de colores y el desvaído resplandor de las lámparas proporcionaban un ambiente de recogimiento y quietud.
Levanté la vista hacia el altísimo techo y no pude menos que pensar en su prima francesa que, apenas unos días atrás, fue presa de las llamas. Y el solo pensamiento de que algo así le pudiera pasar me encogió el corazón.
Saludamos con una inclinación de cabeza al obispo que nos recibía al pie del altar y salimos por el portal del mirador.
El viento seguía con sus alocados bufidos. Una masa de nubes rosadas flotaba a rodales sobre la ciudad.
No podían verse las estrellas ni la luna, pero estaban ahí, contemplando desde su privilegiada posición, la hermosura de nuestra catedral iluminada, brillando en medio de la noche.
Unos se quedaron a cenar, otros nos fuimos a descansar.
Desde casa seguí el trascurso de la procesión por la televisión.
Eran cerca de las doce y media de la noche cuando el Cristo de la sangre enfiló la cuesta.
Sobre las dos y media de la madrugada llegó a la catedral.
Un año más el proceso se ha repetido.
Mañana la última de este año.
Palma18 abril 2019, Jueves santo







jueves, 18 de abril de 2019


MIÉRCOLES SANTO 2019
El miércoles santo es nuestro gran día, pues es cuando sale por primera vez nuestro paso: Nuestra Señora de la Soledad, que da nombre a nuestra cofradía.
A las ocho de la tarde se abrieron las puertas de la parroquia, en la plaza de los mínimos. Los cofrades empezaban a arremolinarse frente al portal.
A los pocos minutos, los encargados del paso lo sacaron fuera.
Nuestra Virgen lucía espléndida, como de costumbre. Su rostro, de facciones bellas y naturales, refleja perfectamente el sufrimiento de una madre ante el dolor de su hijo.
Sus manos en actitud de muda plegaria sujetan entre ellas un rosario, que, al procesionar, se balancea, como si la Virgen al rezar fuera haciendo girar las cuentas del mismo.
El imponente manto negro bordado en oro, sobrio y elegante, le proporciona solemnidad a la imagen.
A sus pies, un manto de flores blancas cubría el suelo del paso. Tras ella, la cruz con el blanco sudario que recuerda el hijo ausente. Una luz blanca proyectada desde abajo sobre su rostro acentuaba su belleza y sufrimiento.
En los plateados candelabros de las esquinas, las velas iluminaban con su titilante y mortecina luz.
Pocos minutos antes de las nueve comenzamos a formar en el interior de la iglesia las dos cofradías que compartimos esta procesión. A un lado nosotros y al otro Sta. Mónica.
La procesión lleva el nombre de “Camino de Getsemaní”, que también es el nombre del paso que procesionan los cofrades de Sta. Mónica.
Tras rezar un Padre Nuestro nos pusimos en marcha.
En primer lugar, la cofradía invitada, después nosotros y cerrando el desfile todos los fieles y parroquianos que quisieron acompañarnos.
Además de los tambores que marcaban el paso, había otro sonido que nos acompañaba. Un sonido metálico y serrado: El de unas cadenas sujetas a los tobillos de un cofrade, que se arrastraban a cada paso y que, al pasar sobre las tapas de las alcantarillas, sonaban a ruido de ultratumba.
Rodeando la iglesia la procesión recorre alguna de las calles del barrio de la Soledad.
En lo alto del cielo, la luna llena nos contemplaba rodeada de un halo de luz pálida y plateada. La primera luna llena de primavera. La que marca la fecha de la semana santa.
Por las estrechas calles el público no era numeroso, pero estuvo presente en todo momento.
El viento nos acompañó durante toda la noche, apagando las velas, hinchando las capas y provocando algún que otro escalofrío.
En ocasiones, el aire inflaba el manto de la Virgen. Visto desde atrás daba la sensación que abría los brazos en un gesto de súplica.
La tela del sudario que colgaba de la cruz también revoleaba movida por el viento. En ocasiones quedando sobre la espalda de la Virgen, como un brazo protector, el del hijo amado tratando de mitigar el dolor de su madre.
Procesionar por un barrio sencillo de casas bajas tiene su encanto. La gente te mira desde la comodidad de sus hogares. En los balcones, en las ventanas o en la misma puerta de sus casas.
Pero lo más llamativo es la gran cantidad de gente que viste traje de noche, esto es: Pijama, bata y zapatillas, realmente encantador, y sobre todo cómodo.
Como siempre el momento de cruzar la calle la calle Manacor siempre es un tanto estresante, hay que intentar ser rápidos para no cortar el tráfico demasiado tiempo.
Así mismo en algunas calles laterales los coches tuvieron que esperar unos minutos para dejarnos pasar. Imagino que más de uno acordándose de nuestros familiares más cercanos y despotricando contra los desfiles procesionales. Nada nuevo. Todos tenemos siempre una prisa enorme y perder unos minutos de nuestro valioso tiempo es intolerable. Claro que se pueden aprovechar para mandar unos wasaps o subir unas fotos, ¿no?
Enfilamos la larga calle de Reyes Católicos.
El público seguía siendo escaso pero continuo.
La gente nos miraba desde los balcones. En uno de ellos surgió un débil aplauso al paso de la Virgen, pero no cuajó, y se dio por vencido.
En la otra acera, un hombre hablaba a gritos con otro de un balcón a otro, pude oír las palabras “¡Al cielo con ella!” Me sonaron a grito de guerra, casi a imprecación injuriosa. No sé cual era el tema de conversación, pero creo que el hombre se lamentaba de nuestra sobriedad y falta de jolgorio. ¡Hay que ver como somos! ¡Acompañar el dolor de una madre que ve como matan a su hijo en silencio en vez de gritarle piropos y tirarle pétalos de flores! ¡Es que somos raros de verdad!
Finalmente llegamos a la iglesia de San José Obrero y allí acabó el desfile procesional.
Palma 17 abril 2019, miércoles santo



miércoles, 17 de abril de 2019


MARTES SANTO 2019

El martes santo es el día de la virgen dolorosa. La procesión parte desde la iglesia de San Nicolas. Las cofradías la acompañan hasta la iglesia de la Anunciación, por todos conocida como la Iglesia del Cristo de la sangre.
El tiempo seguía siendo primaveral, aunque de vez en cuando las ráfagas de viento provocaban algún escalofrío.
A las nueve en punto sonó un redoble de tambores, y al son del himno nacional, la imagen de la virgen dolorosa salió de la iglesia por el portal lateral, para colocarse a la izquierda del portal principal y presidir desde allí el desfile, al cual se uniría en último lugar.
No bien habíamos puesto un pie fuera del dintel de la Iglesia cuando tuvo lugar la primera parada, preludio de lo que sería toda la procesión.
Desfilaba en primer lugar la cofradía de Ntro. Padre Jesús de la Humildad y Ntra. Sra. De la Paz, portando el paso Jesús delante de Caifás.
Un paso a costal soberbio e imponente, que no deja a nadie indiferente y que, debido a sus dimensiones, marcaba el ritmo de la procesión.
Las paradas fueron frecuentes y un tanto largas, y los tramos sin interrupción cortos y lentos.
Sabíamos que la marcha se reanudaba porque, a lo lejos, oíamos aplausos, signo inequívoco que los costaleros habían llevado a cabo “la levantá” con éxito.
Hay que decir, que esta costumbre de piropear, aplaudir y vitorear a las imágenes, nos ha llegado desde la piel de toro a nuestra roqueta. Y no me equivoco al decir, que la mayoría de los isleños, la soportamos, pero no nos gusta. No va con nuestro carácter. Nosotros preferimos una procesión en silencio, sin gritos ni aspavientos, ni cantos aflamencados que, lejos de emocionarnos, nos incomodan. Sencillamente, lo vivimos de otra manera.
Justo delante de nosotros, la banda de la cofradía que nos precedía, amenizaba las esperas con sus interpretaciones.
Cierto es que algunas de las piezas no tenían un aire muy procesional. De hecho, en alguna ocasión, pude ver, entre el público, a algunos neófitos que se encontraron con el desfile sin querer, mover las caderas como si estuvieran bailando un infame y vulgar reguetón.
El viento nos sorprendía de vez en cuando haciendo temblar las llamas de los cirios hasta apagarlas.
Los monaguillos tenían trabajo encendiendo las velas. Y en las continuas y largas paradas, entretenían la espera recogiendo la cera que caía de los mismos y haciendo bolas en sus paletas, en un inocente juego para ocupar el tiempo.
No solo las llamas se estremecían, nosotros también notábamos el frio colándose por debajo de las túnicas y revoleando las capas.
A pesar de eso, no era raro ver algunas turistas, procedentes de alguno de esos países donde más de 15 grados ya se considera verano, vestidas con poca ropa.
Los responsables de las diferentes cofradías iban y venían hablando entre ellos, buscando la mejor manera de mantener el ritmo, alterado constantemente por las numerosas paradas.
Más que desfilar, arrastrábamos los pies con lentitud, tratando de evitar parones prolongados.
El público no era muy numeroso, todo lo contrario, más bien escaso. Y, al contrario del lunes, el silencio brillaba por su ausencia. No solo por la música de la banda que prácticamente no dejó de tocar, sino porque la gente prestaba más atención a sus conversaciones que a la procesión misma.
Las cámaras y los móviles, como ya es habitual, se veían por todas partes. Tratando de captar momentos curiosos, tiernos o inesperados.
Pero donde realmente se hizo notable la ausencia de público fue al llegar a la rambla.
Cierto es que se llama Vía Roma, como también que, tiempo atrás, en un intento de ennoblecerla, se cambió al de “Rambla de los Duques de Palma”. El intento no solo no funcionó, sino que, debido al comportamiento indecoroso de los mismos, se le retiró dicho nombre. En cualquier caso, trabajo inútil, para los palmesanos es y siempre será la rambla.
Como decía, al llegar allí apenas se veía gente, y la poca luz que, habitualmente, difumina más que ilumina el espacio, contribuía a acentuar el cansancio y la pesadez de las piernas.
El inmenso paso y la banda nos abandonaron al pie la cuesta de la sangre, donde nos acercamos a la cofradía de delante, para acabar de subir y entrar en la iglesia por el patio de los naranjos y saliendo por detrás.
Habíamos salido apenas pasadas las nueve la noche y llegamos a las once y media, cansados y doloridos. Fue una procesión exasperante, lenta y pesada.
Pero la virgen ya está con su hijo, dispuesta a procesionar el jueves santo.
Palma 16 de abril 2019
Martes santo